La comida diaria del hombre a pie durante la Edad Media era repetitiva, de subsistencia y totalmente dependiente de las materias disponibles en el entorno más cercano. Es sólo durante los banquetes servidos a la aristocracia cuando se empiezan a hacer platillos más elaborados, que es la base de la gastronomía medieval. En estos banquetes los platos se servían todos al mismo tiempo (en francés se le llama : service en confusion) y todo se consumía con las manos. Primaban las carnes, acompañadas de salsas pesadas y mostazas. También eran frecuentes las tartas, que servían más a consideraciones prácticas que culinarias (hasta la Baja Edad Media no aparece la pasta brisa). Otra forma habitual de preparar los alimentos era machacarlos hasta reducirlos a purés o pastas, basándose en la creencia muy extendida de que eso facilitaba la asimilación de los nutrientes. Los banquetes terminaban con un issue de table que con el tiempo evolucionó al concepto actual del postre. Típicamente se podía tratar de grajeas o peladillas, queso o vinos especiados como el hipocrás.
Los ingredientes variaban con el flujo de las estaciones (y las restricciones del calendario eclesiástico), existiendo métodos rudimentarios para la conservación de alimentos.
El ganado era sacrificado a principios del invierno y su carne era ahumada o salada. Mientras que las frutas, semillas o raíces se hervían en miel.
Para conservar vivos carpas, anguilas, tencas o besugos, se creaban estanques artificiales. La carne de algunos mamíferos como ballenas, delfines o marsopas se consideraba pescado y era consumida durante la Cuaresma. La avicultura, incluyendo palomas y pichones, estaba reservada a las élites mientras que la caza (liebres, conejos, jabalís, aves o venados) era muy apreciada aunque difícil de conseguir.
Las especias como la pimienta, la canela, la nuez moscada o el clavo ya eran empleadas pese a que su precio era muy elevado y se conservaban como auténticos tesoros. Además se daba el uso de otras más infrecuentes hoy en día como el hisopo, el poleo, la ruda o el tanaceto y de algunas completamente desaparecidas de la cocina actual como el cubeb, los granos del paraíso o la pimienta larga. Por otro lado, se utilizaba para condimentar el vinagre o el verjus combinado con azúcar o miel.
Una señal de refinamiento muy apreciada era el uso de colores llamativos. Esto se fomentaba por ejemplo con preparados de zumo de espinaca y puerro para el verde, el azafrán y la yema de huevo para el amarillo, el girasol para el rojo o la verrucaria para el púrpura. En la decoración se empleaban láminas de oro y plata, lo que permitía construcciones muy vistosas. Uno de los platillos estrella, en este sentido, era el cisne o las variedades ya descubiertas de pavo asado, decorado con sus plumas con incrustaciones de oro en el pico y en las patas (generalmente rellenos con carne de otras aves más sabrosas como el ganso o el pollo).
El chef de cocina más importante de este periodo es Guillaume Tirel (también conocido como Taillevent), quien serviría en varias cocinas reales durante el siglo XIV y alcanzaría el título de Maestre de las guarniciones de cocina del Rey, bajo el reinado de Carlos VI de Francia. Su obra Le Viandier recoge los conocimientos gastronómicos de la Francia Medieval y constituye el primer libro de recetas que se aparta del De re coquinaria de la cocina romana.
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